viernes, 12 de junio de 2015

EL GRAN MISTERIO DE LA MESA DEL TEMPLO DE SALOMÓN.


¿Qué era la Mesa de Salomón?

 De todos los objetos del legendario templo del rey bíblico, el Arca v la Mesa son, sin duda, sus objetos más conocidos. Mucho se ha escrito sobre el origen y composición de esta «mesa». Se ha especulado sobre toda clase de hipótesis: desde que era una simple mesa, eso sí, de oro y diamantes, hasta que en realidad se trataba de un cofre, aunque el análisis de las leyendas medievales parece hacer referencia siempre a un espejo.



De su propietario, el rey Salomón, se ha dicho que poseía una gran sabiduría y una considerable fuente de riquezas. Entre sus valiosas posesiones se cree que tenía un trono totalmente automatizado, naves voladoras y un espejo mágico. La tradición no habla para nada de ninguna mesa que tuviera un valor concreto o simbólico para Salomón y, al igual que las narraciones árabes, las referencias a este objeto siempre aluden a un espejo de cualidades prodigiosas.


El Libro de Enoch ya hace referencia a ellos, diciendo que fue Ezequiel quien enseñó a los hombres a fabricar espejos mágicos donde podían verse escenas y personas distantes. Recuerda un remoto aparato de televisión, pero no adelantemos todavía hipótesis. Se dice que este espejo de Salomón le revelaba todos los lugares del mundo y le permitía ver los siete climas (Carra de Vaux, L'abregé des Merveilles, París, 1898). Si a esto unimos el hecho de que, según Al-Masudi, disponía de un mapamundi y de la bóveda celeste dibujada en sus santuarios, llamados tronos de Salomón, la imaginación se dispara.



De ser cierto esto, estaríamos en presencia de un espejo mágico, de un sofisticado aparato de alta tecnología, construido con materiales no enteramente de este mundo, que además de servir para ver acontecimientos futuros servía para la navegación aérea. Pero hay más datos que avalan esta hipótesis, aparentemente tan extravagante. Francisco Picus, en el Libro de las seis ciencias, describía la construcción del espejo de Al Muchefi, según las leyes de la perspectiva y adecuados aspectos astronómicos. Se dice que en aquel espejo se podía ver un panorama del Tiempo.
En cuanto a quién pudo construir un objeto tan asombroso, la tradición dice que Tiro, la más poderosa de las ciudades fenicias, le ayudó en la construcción del templo. El rey designó como arquitecto a un tal Hiram o Abhirán. La construcción duró siete años, tiempo excesivo si tan sólo se dedicaron a la edificación de un templo de cincuenta y cinco metros de largo por veintiocho de ancho y quince de alto, pero no si además hicieron otras cosas. Para Eslava Galán, la construcción del templo encubre el magno esfuerzo del rey judío por reunir a los sabios del mundo, con objeto de hallar la fórmula del nombre del Dios Primordial o principio básico que conjugara, en admirable sincretismo, los principios solares y lunares hasta entonces en pugna. Y, ciertamente, Salomón llegó a ser una persona muy poderosa y sabia. Tenía buenos marineros, buenos arquitectos, carpinteros, una buena flota de barcos, madera de cedro y excelentes fundidores de metales. Fundió para su amigo diez grandes vasos de bronce, cada uno de los cuales tenía la capacidad del Arca de la Alianza, es decir, cuarenta baths —un bath representa 0,029163 metros cúbicos.
Luego Hiram fundió para Salomón una enorme copa de bronce, una verdadera piscina, con una capacidad de dos mil baths, o sea, cincuenta veces la de los vasos. Esta enorme copa, que pronto se llamará el Mar de Bronce, tenía un volumen de 58,320 metros cúbicos. Su superficie era de unos sesenta metros cuadrados y al parecer su espesor era de diez centímetros, por lo que debía de tener seis metros cúbicos o sesenta toneladas de bronce, lo cual es una barbaridad y, tal como dice Maurice Chatelain, resulta difícil creer que un monumento semejante pudiera ser construido para el baño de Salomón o de sus concubinas. Es mucho más probable que este enorme espejo, cuyo diámetro era superior al del reflector del observatorio de Monte Palomar en California, hubiera sido construido con fines astronómicos. Chatelain dice que quizá se encuentre aún a una gran profundidad bajo las ruinas del templo. 



Entonces, ¿qué era? ¿Un gran telescopio, una especie de antena parabólica, un radar, un gran espejo con propósitos astronómicos o un simple objeto decorativo? 

Recordemos que estamos en el siglo X a. C. Diversas leyendas no se limitan a decir que fue construida por un ser humano, sino por una serie de espíritus serviciales que tenía Salomón: los djins o genios de la mitología musulmana.

De la Mesa o Cofre de Salomón poco se sabe desde que el templo fue destruido por Nabucodonosor II en el 587 a. C. Ciertos tesoros debieron de quedar a salvo en escondites secretos, no muy lejos de la zona, hasta que en el año 70 d. C. el tesoro del templo es saqueado por las legiones de Tito y llevado a Roma, donde se coloca en el templo de la Paz Judaica —para unos— o templo de Júpiter Capitolino —para otros—. Flavio Josefo, testigo presencial de los hechos y cronista de aquella conquista, escribe que «entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los que habían sido hallados en el templo de Jerusalén, la mesa de oro que pesaba varias toneladas y el candelabro de oro».



En el año 410 los visigodos de Alarico se apoderan de Roma y del tesoro, que pasó a formar parte del tesoro antiguo de los godos, siguiendo con ellos durante su largo vagar por Italia y la Galia, hasta que quedó depositado en Tolosa, en Aquitama, la capital de los godos desde el 418, una vez que se asentaron en un territorio firmemente. Este tesoro antiguo constituía una especie de patrimonio de la nación visigoda y era distinto del tesoro real, que constituía la reserva monetaria del Estado. El historiador Procopio, en su libro V de Historia de la guerra gótica, dice que Alarico escapó con «los tesoros de Salomón, el rey de los hebreos, espectáculo muy digno de verse, pues en su mayor parte estaban adornados con esmeraldas y en tiempos antiguos habían sido tomados de Jerusalén por los romanos».



En el año 507, después del desastre visigodo en la batalla de Vouille, fue llevado a Toledo, donde fue guardado en una cueva conocida como Gruta de Hércules. El rey Rodrigo, según la leyenda, abrió el Cofre de Salomón y vio las imágenes de aquellos que acabarían con su reino. Ese mismo año, el 711, los musulmanes, al mando de Tariq, invadieron España y llegaron hasta Toledo, donde se apoderaron del tesoro antiguo de los godos, en un palacio llamado la Mansión de los Monarcas, donde se dice que encontraron la Mesa en la que estaba inscrito el nombre de Salomón y otra mesa de ágata. Los historiadores árabes enumeran las cosas maravillosas que encontraron en el palacio, entre ellas un espejo mágico, grande y redondo formado por una aleación de metales, que en su tiempo había sido fabricado para Salomón, hijo de David —¡sobre ambos la paz!—; el que se miraba en ese espejo «podía ver en él la imagen de los siete climas del universo».

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